Por TEÓFILO LAPPOT ROBLES
El general José María Cabral y Luna es una celebridad cuyas acciones patrióticas están en altos relieves en las páginas de nuestra historia. Para él la guerra era algo glorioso, en las circunstancias especiales en que le tocó actuar.
Nació en el año 1819, en un
campo de San Cristóbal llamado Ingenio Nuevo, y murió en Santo Domingo en el
1899. Desde muy joven se convirtió en un sobresaliente luchador por la libertad
del pueblo dominicano.
De él puede decirse que era
“…el héroe en la contienda”, como el personaje aludido en uno de sus relatos
por el escritor inglés Rudyard Kipling, galardonado en el 1907 con el Premio
Nobel de Literatura.
Un simple examen de los
resultados de los combates dirigidos del lado dominicano por Cabral y Luna, o
de aquellos en los que aunque no los encabezó él sí tuvo incidencia decisiva,
permite afirmar que era un gran estratega militar y un hábil táctico.
Previo a cualquier
enfrentamiento armado, en una especie de interludio marcial, este adalid hacía
una meticulosa y bien sincronizada cartografía del escenario bélico donde se
batiría, lo cual le permitía conocer la fortaleza y las debilidades del
enemigo.
Estudiando las aptitudes
guerreras del general sancristobalense Cabral y Luna se comprueba que nunca
hacía contraataques localizados, sino que simultaneaba sus ofensivas, con lo
cual desconcertaba a los enemigos.
Sin duda alguna cabe decir
que su apasionante vida puede ser evaluada desde múltiples facetas, pues tuvo
categoría de héroe épico.
Desde el año 1844 se
distinguió en los principales combates librados para obtener y consolidar la
independencia nacional. Eran tiempos en que, como decía su contemporáneo el
alemán Otto von Bismarck, los problemas tenían que resolverse no con discursos,
“…sino a sangre y hierro.”
Cabral y Luna fue en la
realidad de los hechos una especie de demiurgo de la guerra, aunque todo indica
que no tuvo un descendiente, ni siquiera un chozno, que cantara sus proezas,
como sí lo hizo Jorge Luis Borges a su bisabuelo materno Isidoro Suárez, el
comandante de las caballerías peruana y colombiana en la batalla de Junín.
En la sabana de Santomé,
territorio ubicado al oeste de la ciudad de San Juan de la Maguana, se
desarrolló el 22 de diciembre del 1855 una batalla que marcó un significativo
hito en la historia dominicana.
En ese histórico lugar
cientos de gloriosos dominicanos sepultaron para siempre las ambiciones del
llamado emperador haitiano Faustin Soulouque.
Allí el genio militar de
Cabral y Luna se elevó a los máximos niveles, combatiendo a cielo abierto, no
como algunos de nombres sonoros en los libros de historia criolla que en los
combates no daban el frente, sino que se refugiaban en casamatas de piedra y
barro.
Incluso mató con arma
blanca, en un combate personal, vis-a-vis, al corpulento, temible y sanguinario
general haitiano Antoine Pierre, conocido como el duque de Tiburón.
Se presume que para salir
triunfante de ese lance el general Cabral hasta debió haber utilizado con
suprema pericia maniobras marciales de fintas, patadas y derribos.
Si se recrea ese momento
crucial, uno puede llegar a pensar que
en ese combate el nuestro, el héroe Cabral y Luna, tuvo que usar frente a la
fiera encolerizada Pierre (famoso por tener la fuerza física de un morlaco) uno
de esos movimientos de habilidad que en la lucha taurina se conoce como a porta
gayola.
Cabral no era como el
conocido personaje de la imaginación popular dominicana denominado Juancito
Trucupey, pero haciendo una extrapolación
coyuntural de él se puede decir que supo usar “…el machete redentor,
forjador de libertades, que empuña para ganar con una fuerza testicular…”1
En la batalla campal librada
en la mencionada sabana de Santomé brillaron por su bizarría y patriotismo
cientos de combatientes dominicanos, llegados de todos los rincones del país.
Es imposible citarlos a todos.
Pero entre los más
sobresalientes acompañantes del general Cabral, héroe máximo de ese
acontecimiento militar de gran envergadura, es oportuno mencionar a los
generales, coroneles u oficiales de alta graduación Wenceslao Ramírez, Juan
Contreras, Bernardino Pérez, Pedro Florentino, Aniceto Martínez, Eusebio
Puello, Valentín Marcelino, Pedro y León Vicioso, Antonio Sosa, José Leger,
Santiago Suero y Andrés Ogando.
El general Aniceto Martínez
también brilló heroicamente en Sabana Mula, dos días después del hito de Santomé.
En ese lugar derrotó a los que cubrían la desorganizada retirada de los
intrusos del oeste de la isla, venciendo al dueto de generales Gefrad-Mitton y
convirtiendo a cientos de dragones haitianos en verdaderos criaderos de malvas.
Pero la determinación
independentista del pueblo dominicano quedó todavía más reflejada en un hecho
escenificado en el caserío llamado Babor, en un costado de la Sabana de
Santomé, descrito para la historia por el mismo General José María Cabral de
esta manera: “Una mujer dominicana llamada Polonia de Sierra, con un mocho de
machete, y sin más ayuda que su valor dominicano, le dio muerte a un soldado
haitiano que tuvo la cobardía de trabar lucha con ella.”2
El historiador César A.
Herrera Cabral le da categoría de culmen de liberación al ilustre hecho heroico
de San Juan al decir, sobre ese importante tramo de nuestra pasado, lo
siguiente: “…la gloriosa batalla de Santomé, donde Cabral rubricó
definitivamente la Independencia Nacional”. Y dice más: “Esa gloriosa acción de
armas, en la cual fulguró la espada siempre victoriosa del general José María
Cabral…”3
El 28 de febrero de 1857 el
entonces párroco de Neyba, Fernando Arturo de Meriño, el cura que llegaría a
los más altos peldaños de la nación dominicana, puesto que luego sería
Arzobispo de Santo Domingo y Presidente de la República, escribió una carta
relatando sus impresiones al visitar los escenarios de guerra donde brilló
Cabral y Luna.
En ella Meriño dejó esto
para la historia: “He ido a Las Matas de Farfán y he pasado por los lugares que
han sido teatros del infortunio de nuestros vecinos enemigos y de las glorias
de nuestro ejército. He recorrido la Sabana de Santomé de un extremo a otro y
he visto varias calaveras, esqueletos enteros, huesos esparcidos acá y allá por
toda ella, pedazos de casacas, de morriones, cartucheras, chapas con el águila
imperial, puños de bricheces, balas de cañón, tablas a millares de las cajas de
municiones, pedazos de tamboras, zapatos, jarros y marmitas, tiras de calzones
y camisas, etc., etc., y otros mil vestigios que advierten al pasajero se
empeñó allí una sangrienta lucha. Mas, he visto otros puntos, como un lugar
llamado Pedro Corto, entre Las Matas y San Juan, en donde se ven centenares de
huesos haitianos y otros despojos, lugar en que se peleó ahora también en esta
última invasión. Item: he estado en Punta de Caña en el bohío en que estuvo
Soulouque…”4
Vale decir, en consecuencia,
que la hazaña del general Cabral y Luna en Santomé permite hacer en favor de su
figura procera exaltaciones similares a la que hizo el poeta José Joaquín
Olmedo a Simón Bolívar, por su resonante triunfo en Junín, Perú, el 6 de agosto
de 1824.
En los hechos el general
Cabral demostró que se sabía al dedillo la célebre consigna de Napoleón
Bonaparte, resumida así: “En la guerra, la audacia es el mejor cálculo de
ingeniería”.
Pero es bueno dejar asentado
aquí que José María Cabral también fue héroe en la batalla de La Canela, en la
cual puso a morder el polvo de la derrota a las bien entrenadas tropas
españolas.
En la referida hazaña
militar de La Canela brilló especialmente el general Andrés Ogando Encarnación,
valiente lugarteniente de Cabral, a quien acompañó en casi todos los combates
librados contra haitianos y españoles.
Andrés Ogando también
fulguró posteriormente, en la denominada guerra de los seis años, enfrentándose
a tipejos de baja calaña como unos tales Mandé, Solito, Baúl y otros forajidos
al servicio del dictador Buenaventura Báez Méndez.
Historiógrafos baecistas y
santanistas crearon una leyenda negra entorno a Andrés Ogando, como lo hicieron
contra otros valientes patriotas como él. Por injusticias así, afortunadamente
no escritas en piedras, es cada vez más apremiante hacer una profunda
exfoliación en muchos de los libros de historia dominicana.
Hay que celebrar que
historiadores de la categoría de Sócrates Nolasco y E.O. Garrido Puello
salvaron con rectificaciones precisas la imagen histórica del bizarro general
Andrés Ogando, la cual yacía en la hoguera de la infamia en que colocaron a ese
patriota algunos historiadores con rabo de paja.
Pero volviendo a José María
Cabral y Luna es obligación decir que en las luchas por la Restauración de la
República demostró nuevamente su coraje sin límites, pues no temía enfrentarse
contra los enemigos en un épico frente a frente, para lo cual utilizaba el
ímpetu implacable de su corporeidad física, su innata cualificación marcial, su
gran experiencia guerrera, así como algunas de las técnicas aprendidas en el
manual de guerrillas elaborado por el patricio y Ministro de Guerra Ramón
Matías Mella Castillo.
Esa bravura sin límites no
le impidió tratar de evitar más derramamiento de sangre en la guerra de
Restauración. Fue por eso que el 24 de junio de 1865 el general Cabral, el
Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno restaurador Teodoro S. Heneken y
cientos de otros combatientes por la libertad del pueblo dominicano se ubicaron
en San Cristóbal.
Desde allí le enviaron una
comunicación al ya derrotado general español José de La Gándara Navarro para
que entregara el mando.
Dos días después la
respuesta de ese siniestro personaje nacido en Zaragoza fue un carpetazo,
rechazando evacuar el territorio dominicano y prometiendo seguir la guerra;
pero sabiéndose derrotado lo que hizo fue ordenar quemar la artillería, así
como decenas de construcciones en diferentes lugares del país (en Santo
Domingo, Samaná, Puerto Plata y Azua), para luego salir huyendo del territorio
nacional el 10 de julio de 1865, en el buque Isabel la Católica, que había
arribado al puerto de la capital colonial el 28 de mayo del referido año.
El ilustre general Gregorio
Luperón describe en sus notas autobiográficas el comportamiento del despiadado
José de La Gándara: “…despechado, rehusó recibirlos…soberbio y vanidoso…
declaró la República bloqueada…continuarán en estado de bloqueo todos los
puertos y costas del territorio dominicano.”5
Bibliografía:
1- Las 58 Leyes del Poder de
Juancito Trucupey. Págs. 72 y 73. Publicado en el 2015. José Miguel Soto
Jiménez.
2- Duarte y otros temas.
Pág. 500, Editora del Caribe, 1971.Alcides García Lluberes.
3- Divulgaciones Históricas.
Págs.118 y 128. Impresa en 1989. César Herrera Cabral.
4- Guerra Domínico-Haitiana.
Pág.285. Edición 1957. Emilio Rodríguez Demorizi.
5- Notas Autobiográficas y
Apuntes Históricos del General Gregorio Luperón. Tomo I. Págs. 292, 331 y
332. Editora de Santo Domingo. Edición
1974.
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