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Temor que infundía Trujillo entre sus allegados provocaba ingenios de éstos para no contradecirlo.


Trujillo en la hacienda fundación SC

San Cristóbal, República Dominicana.- El temor que impregnaba el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina entre los que estaban a su servicio en el día a día provocaba genialidades en su accionar con el jefe con la finalidad de no provocar su ira.

Cuentan que un día, su caballo predilecto enfermó y que en tal circunstancia, Trujillo mandó a llamar al administrador de la Hacienda Maria y al veterinario y les dijo ¿No quiero escuchar decir que mi caballo murió?, a los que los desafortunados empleados asintieron de manera positiva a la inquisición del dictador.


Pasados varios días, el jefe llegó a su casa de Caoba, luego de realizar sus actividades diarias como Presidente de la República y estando sentado en la sala principal de dicho inmueble, les informaron que el administrador de la hacienda, con quien despachaba todos los días cuando llegaba y el veterinario estaban ahí y que querían hablar con él.

-Qué pasen dijo el jefe, señor queremos decirles algo, pues digan; el caballo jefe, no se levanta, tiene los ojos cerrados y no hace movimientos; ¿Y porqué no me habían dicho que mi caballo se murió?, eso lo dijo usted jefe, no nosotros, fue la respuesta dada por ambos subalternos a la inquisición hecha por el patrón.


Tal era el cariño y la dedicación que Trujillo le profesaba e ese animal, que importaba de las mejores manzanas, para luego de sus tradicionales salidas a caballo, hacer que sus empleados, luego de higienizar completamente el lugar donde pernotaba el esquino, llevaran al mismo, una canasta de esa apetecible fruta que se produce de manera ordinaria en los países fríos de Europa y Estados Unidos.

Un día, el jefe llegó, desmontó su adorado animal, el cual fue tomado rápidamente por uno de sus súbditos  y llevado al lugar, en donde debía disfrutar sus manzanas importadas desde los Estados Unidos para disfrute del caballo del jefe.

¡Lindas y apetecibles frutas!, grandes, sanas y con un color que no había paladar humano que no las apetecieras. Pensando en que no sería visto, el empleado miró a todo lados y tomó una manzana, con tan mala dicha, que el jefe decidió dar una vuelta para percatarse de la limpieza que tenía el lugar en donde descansaba su animal predilecto.

Siendo encontrado con la manzana en la boca por el propietario de las manzanas y el caballo, el trabajador solo atinó a decir,-Fue el caballo que la dio señor.

Domingo Uribe.

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